Fui tan ingenua que creí que aún me amabas. Sentí que las horas que transcurrían respirando tu mismo aire, solo podrían hacerme sentir más viva.
Como si del suave tacto de una pluma se tratase, me rozaban tus labios. Temblorosos, la verdad, pero quise creer que tan solo el frío era la causa.
Tus manos seguían tan gélidas como siempre, pero lo noté menos pues también parecía hielo lo que corría por mi sangre en ese momento.
“Adiós”. Y…¿te vas así?, ¿sin más?. Explícamelo, dime que tu boca trémula tan solo quiere besarme, dime que la razón esta vez no le ha ganado al corazón y que tus pasos aún siguen a los míos.
Tus manos nerviosas te delatan, tu voz cambia y se enmudece al pronunciar las palabras que jamás quise oírte decir: “no quiero seguir engañándote”.
Nunca vi apagarse una mirada con tanta nostalgia. Supe que echabas algo de menos.
Extrañabas el no temblar a mi lado, el poder percibir el calor de mi cuerpo si me abrazabas. Yo intentaba agarrarte lo más fuerte que pude para que supieses que te necesitaba. Que te necesitaba y que te necesito. Que mi felicidad tiende a desaparecer si te observo desde lejos, sabiendo que tú no me devolverás la mirada. Sabiendo que mientras tú duermas y te adentras en el más profundo de los sueños, yo trato de atrapar cada grito de rabia que causan mis sollozos para no despertar a nadie.
Me pregunto cómo es posible que alguien te haga tanto daño que casi te sangre el corazón. Como para que pierdas las ganas de sentir el resto del mundo, de darle sentido a lo que pasa a tu alrededor y, si eres tan débil como yo, de hablar.
¿Sabes? Antes era tan ingenua que creía que me amabas.
Ahora soy tan ingenua que creo que volverás.
1 comentario:
Ya sabes lo que opino de esta redacción :)
Publicar un comentario