Escribo cuando pauso mi mirada en algún punto fijo de la ventana y veo que llueve, o cuando mi mente se queda en blanco y de repente las ideas retornan a mi cabeza. No lo hago por interés, simplemente llevo mucho tiempo desahogándome a través de la escritura. En el momento en que las teclas suenan, siento que nadie ni nada puede interrumpirme, solamente yo soy dueña de mis palabras. El hecho de saber que siempre -o casi siempre- podré escribir sin que nadie me juzgue por ello, me anima a colgar algunos de mis textos "razonables" o algunas de mis locuras mentales pasadas a un texto de Word del pc. No es más que eso.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Un segundo.. y dejó de llover


Mi nombre es Bert, vivo en Brooklyn desde que tengo cuarenta años, y hoy, cinco años después, siento que jamás me adaptaré a este sitio por muchos que pasen.

Sobrevivo refugiado en mi estudio fotográfico trabajando para la revista Angelical –motivo por el que me vine a vivir a Nueva York-, con el sinvivir de tomar fotografías de chicas a cada momento y sin poder establecer conversación con ninguna de ellas. Ni con ellas ni con nadie.

Me alejé de mi propia vida al huir de Canadá, de casa de mi padre –mi madre murió cuando yo tenía treinta y cinco años- ya que desde entonces, él no quería verme, ni escucharme. Decía que le recordaba a ella.

Bueno, la verdad es que quise hacerme creer a mí mismo que el abandonar Canadá se debía a mi padre, y no a Jacqueline; la mujer a la que pertenecían los labios cuyas últimas palabras fueron: “No puedo fingir más que soy feliz contigo.”

Ella era el motivo por el que aún podía sonreir, no podía aguantar un día más viviendo a menos de treinta minutos de sus manos. Ni treinta, ni cuarenta y cinco, ni dos horas…

Me ofrecieron un puesto de trabajo en Brooklyn como fotógrafo de una revista de moda que ni siquiera conocía, pero con tal de escapar de todo lo que entonces me rodeaba y quedarme tan solo con lo único que podía hacerme sentir mejor, lo acepté.

Al despegar el avión rumbo a Nueva York sentí que mi vida podía cambiar y volver a encaminarse hasta recuperar algo de felicidad de la que ya no me quedaba, y ni siquiera me molestaba en encontrar.

Instalado y con la mente y cuerpo asentados en el sucio y minúsculo piso que me asignaron, intenté convencerme de que era solo el principio, que estaba en Nueva York, ¡mi vida estaba en Nueva York!. Eso tenía que significar algo, ¿no?.

Podía tomármelo como el mal comienzo de un gran inicio.

Cada día comenzado entre esas sábanas rígidas acompañadas del olor y humedad de la lluvia me daban esperanzas continuamente para esperar un sol espléndido que no salió.

El temprano agobio de las siete y media de la mañana por ver las tostadas sin el color oscuro que adquieren al quemarse, el vaso de leche que siempre dejo olvidado y frío en la encimera de la cocina, la cuenta atrás para salir de casa que me persigue hasta el espejo del baño, donde intento reconocerme y creer que el día irá mejor.

En el armario me esperan un sinfín de camisetas que jamás me pondría para salir en Canadá. Sin embargo, Brooklyn hace que todo me de igual, que nada de eso, ni de lo que sea, me importe. Tomo la camiseta que más cerca esté de mi mano, sea lo fea que sea, y las botas que antes encuentre. Últimamente siempre llueve.

En compañía del paraguas que nunca me falta al salir de casa, camino con la lluvia a cuestas y subo al autobús tras unos veinte minutos de espera.

Llueve detrás de los cristales, y en mis pupilas se incrustan las gotas que me faltaron en Canadá, aquellos días encerrado en casa cuando lo único que esperaba era que lloviese.

Mi lugar de trabajo se encuentra en unos callejones demasiado solitarios. Más de lo que yo podría haber imaginado al aceptar el puesto de trabajo.

La puerta del estudio siempre se me hace difícil de abrir, me pregunto qué día dejaré de ver ese metal oxidado que me recibe al entrar a trabajar.

Mi mente torna a vacía al entrar por esa puerta, y sólo me importa una cosa; la fotografía. Siempre me ha acompañado en todo momento.

Tras recibir a las modelos en el estudio y hacerle las respectivas fotos, me marcho a casa. Sin hambre, la verdad, sabiendo lo que me espera. Una larga tarde de selección de fotos y a las pocas horas, cenar algo y dormir. Volver a enemistarme con las rígidas sábanas. Volver a reflexionar acerca de lo feo, triste y monótono que ha sido el día.

Y cada noche que reposo mi cuerpo en la cama, no termino de creerme que la vida que creí que me esperaba aquí, no haya aparecido.

Me llené la mente de ideas con respecto a la Nueva York de las películas. Vidas perfectas, americanos perfectos, trabajos perfectos, pisos perfectos… no, eso no es así. La única cosa perfecta y sin errores que ha tenido mi vida desde que estoy aquí es la fiel monotonía que nunca me abandona. Perfecta como la fea composición del color de este feo cielo que siempre se vuelve aún más feo cuando lo miro. Nunca me ha mostrado un rayo de luz.

Esto no es una película, es mi vida; no me gusta que esas nubes negras me cubran diariamente. Me importa demasiado que mi vida se reduzca a un cielo cubierto de desilusiones y con un pasado oscuro.

El autobús ha tardado hoy menos de lo normal en llegar; diez minutos.

Eso ha hecho que cambiase la pausa de mis ojos al detenerse en la lluvia, por fijarme en la gente y en la expresión inconfundible de sus rostros, que transmitía que a ellos no les esperaba un mal día.

Bajé del autobús con la mente en otro lugar, sin percatarme de la granizada que entonces empezó a caer. Me armé de valor y crucé lo más rápido que pude hasta detenerme al otro lado de la acera, donde la mujer más hermosa que hasta entonces había visto en Brooklyn estaba reparando en la camiseta –ahora empapada- que jamás habría escogido para caminar por Canadá.

La lluvia cesó, ella me lanzó una mirada rápida. Tan solo un segundo.

Segundo en el que olvidé mi estudio fotográfico, la monotonía de mi vida, las tostadas quemadas de por la mañana, la desilusión de no encontrar una nueva oportunidad para vivir, la lluvia, a Jacqueline. La única importancia que le estaba dando a mi vida en ese momento era el haber escogido mi feo atuendo…


© Ana Ortiz A.

2 comentarios:

Natalia dijo...

Si es que me encanta tia..ya te lo dije en clase ! (LL)

RocíoGR dijo...

me gusta más como escribes prosa, no se si te lo he dicho alguna vez =D

además, tienes una forma muy tú de escribir.. y eso es lo principal!